El español se ha ido conformando, en buena parte, gracias al trabajo de los estudiosos que han escrito acerca de las normas que lo rigen, tal como señalan Sánchez Lobato, Cervera, Hernández y Pichardo. Estos autores se preguntan quién o quiénes dictaminan la norma. A lo largo de la historia la institución o las instituciones y el modelo o los modelos dominantes van cambiando. Un ejemplo de ellos lo estudia Menéndez Pidal en El lenguaje del s. XVI respecto de los diversos modelos que se suceden en ese siglo. El lenguaje está en constante cambio. Mariano del Mazo valora que los hablantes tenemos como referencia un idioma más o menos definido, pero en el que se insertan variantes:
Por otro lado, la variedad que todo sistema lingüístico presenta no debe hacernos olvidar que existe, por un lado, un sistema más o menos unitario en cada sincronía, y, por otro, variantes con mayor o menor prestigio social, que el estudiante debe conocer y que forman parte de la competencia comunicativa de cualquier hablante, competencia que el sistema educativo debe mejorar.
Toda lengua se constituye en la tensión entre una norma, que surge de una determinada autoridad, y las variantes que surgen en los colectivos que la hablan:
Hemos visto que la homogeneidad de los sistemas lingüísticos permite la intercomunicación entre los hablantes, pese a las diferencias que presentan las distintas realizaciones. Pero esa homogeneidad, que permite hablar de una lengua histórica, como el catalán, el español, el inglés, no es completa, pues en cada lengua conviven distintas lenguas funcionales, estilos, variedades. Esas variedades pueden ser diatópicas, diastráticas y diafásicas. Evidentemente, entre todas las formas de hablar de una comunidad hay un denominador común a diferentes hablantes y situaciones, la lengua estándar o común, que es la que permite la nivelación y, por tanto, la existencia de un subsistema en el que hay signos compartidos por los hablantes. Ese es el mecanismo de la comunicación y del mantenimiento de la unidad. A título de ejemplo podemos ver cómo la falta de esa lengua común propició, tras la caída del Imperio romano, la fragmentación del latín en la Edad Media (Del Mazo).
Asimismo, todos los que trabajamos con el lenguaje debemos estar atentos a las diferencias entre lengua formal, coloquial y vulgar:
La lengua coloquial no debe confundirse con la lengua popular, pese a sus concomitancias, porque se define, no por el nivel de sus hablantes, sino por las circunstancias del habla, que son el relajo y la confianza. Lo que más caracteriza la lengua coloquial es el particular uso de la sintaxis, que es entrecortada e incompleta, deja al contexto la interpretación del sentido y se caracteriza por la economía de medios. También, aunque menos, es un componente importante el léxico, creativo y expresivo, desenfadado y recurre con frecuencia a muchos de los mecanismos de la llamada función poética del lenguaje. La lengua coloquial, característica del discurso oral cotidiano en situación de cercanía, no es una lengua incorrecta (puede serlo sociolingüísticamente si se emplea en un ámbito inadecuado) ni se puede asimilar al vulgarismo, sino que es la manifestación más espontánea de la lengua para hablar, sin formalidad, de lo cotidiano, lo familiar, en confianza (Del Mazo).
El lenguaje se expresa en distintos niveles y habrá que valorar qué papel juegan respecto de él. La norma que impera en una sociedad refleja la distribución del poder en ella. Cervantes entiende que: «el ideal de lengua no se acomoda a rasgos locales, ni a estrechos rasgos sociales. Para él, el habla clara y buena “está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majadahonda”. Hemos de entender cortesano como hombre educado y discreto, el dotado de inteligencia y sano juicio (Sánchez Lobato et al.)». García Berrio diferencia el Paradigma clásico del Paradigma moderno, que comienza en el s. XIX, por el cambio de autoridad. En el Paradigma clásico la norma la constituyen los autores canónicos, aquello que ha establecido la Tradición. Mientras que en el Paradigma moderno, que es en el que vivimos según García Berrio, cada nuevo autor ha de inventar su obra. No se busca imitar a los clásicos, sino la originalidad. Cervantes, en parte, se adelanta a su tiempo y libera a la lengua de la autoridad. El ideal de la lengua no viene de una autoridad previa al individuo, sino que él mismo, si se educa, puede ser un «discreto cortesano» y aportar a las letras. No obstante, hasta que no se desarrolla el Paradigma moderno, el modelo de la lengua está en lo fijado por el pasado. Mientras que, una vez surge, se toma conciencia de que la lengua se forma desde muy diferentes puntos. Una lengua no es sólo lo que dice su gramática.
Por una parte, vivimos en una sociedad en la que todos tenemos la posibilidad de expresarnos y todos contribuimos, en diferente medida a la conformación del idioma (Del Mazo). El blog, las redes sociales y otros medios técnicos facilitan que cualquier ciudadano pueda expresarse y, en cierta medida, influir sobre los demás. El cambio de paradigma podemos verlo en La saga/fuga de J. B. de Torrente Ballester. En ella encontramos un poeta, José Bastida, que crea su propio lenguaje; con su morfología, sintaxis y un modo muy particular de transmitir mensajes. Este nuevo lenguaje será más poderoso incluso que el que hablan el resto de personajes. Esto no quiere decir que la norma más académica haya perdido valor. Simplemente debe convivir con aquellas aportaciones que vengan de otros sitios y sean valiosas.
Por otra parte, como dijo recientemente en una conferencia en el Ateneo de Madrid el profesor Rodríguez Lafuente, gozamos los hispanohablantes de una gran riqueza. Él se refiere a la literatura producida en nuestro idioma como «literatura en español». La gran extensión de territorio en la que se habla el español y las diferencias entre los países donde se habla dan lugar a una enorme riqueza lingüística. Como dicen Sanchez Lobato et al., debemos recoger esta riqueza. Una obra especialmente interesante es la novela Mala Onda de Alberto Fuguet. Esta historia está contada por un joven chileno con abundancia de expresiones propias del país. Necesitamos una cierta homogeneidad en el español para entendernos entre las personas que lo hablamos, pero, al mismo tiempo, debemos explotar esta fuente lingüística de variedades.
En conclusión, la gramática tradicional, que prescribe una norma lingüística es valiosa para conservar un idioma; y las concepciones que estudian el uso del lenguaje y las variantes complementan el estudio y abren perspectivas diferentes para la comunicación. Probablemente la concepción de la norma haya de ser reconsiderada y ampliada con las aportaciones de más agentes que los tenidos en cuenta tradicionalmente.
Referencias
Del Mazo, Mariano. La lengua como sistema. La norma lingüística. Las variedades sociales y funcionales de la lengua. Consultado en: http://quehacerconlalengua.blogspot.com/
García Berrio, Antonio. Claudio Rodríguez: estilística de la forma interior. En El centro en lo múltiple. (Selección de ensayos). El contenido de las formas (1985-2005). Barcelona: Anthropos. 2009. Pp. 249-270.
Sánchez Lobato, J., Cervera, A., Hernández, G., Pichardo, C. Saber escribir. Madrid: Aguilar. 2006.
Por otro lado, la variedad que todo sistema lingüístico presenta no debe hacernos olvidar que existe, por un lado, un sistema más o menos unitario en cada sincronía, y, por otro, variantes con mayor o menor prestigio social, que el estudiante debe conocer y que forman parte de la competencia comunicativa de cualquier hablante, competencia que el sistema educativo debe mejorar.
Toda lengua se constituye en la tensión entre una norma, que surge de una determinada autoridad, y las variantes que surgen en los colectivos que la hablan:
Hemos visto que la homogeneidad de los sistemas lingüísticos permite la intercomunicación entre los hablantes, pese a las diferencias que presentan las distintas realizaciones. Pero esa homogeneidad, que permite hablar de una lengua histórica, como el catalán, el español, el inglés, no es completa, pues en cada lengua conviven distintas lenguas funcionales, estilos, variedades. Esas variedades pueden ser diatópicas, diastráticas y diafásicas. Evidentemente, entre todas las formas de hablar de una comunidad hay un denominador común a diferentes hablantes y situaciones, la lengua estándar o común, que es la que permite la nivelación y, por tanto, la existencia de un subsistema en el que hay signos compartidos por los hablantes. Ese es el mecanismo de la comunicación y del mantenimiento de la unidad. A título de ejemplo podemos ver cómo la falta de esa lengua común propició, tras la caída del Imperio romano, la fragmentación del latín en la Edad Media (Del Mazo).
Asimismo, todos los que trabajamos con el lenguaje debemos estar atentos a las diferencias entre lengua formal, coloquial y vulgar:
La lengua coloquial no debe confundirse con la lengua popular, pese a sus concomitancias, porque se define, no por el nivel de sus hablantes, sino por las circunstancias del habla, que son el relajo y la confianza. Lo que más caracteriza la lengua coloquial es el particular uso de la sintaxis, que es entrecortada e incompleta, deja al contexto la interpretación del sentido y se caracteriza por la economía de medios. También, aunque menos, es un componente importante el léxico, creativo y expresivo, desenfadado y recurre con frecuencia a muchos de los mecanismos de la llamada función poética del lenguaje. La lengua coloquial, característica del discurso oral cotidiano en situación de cercanía, no es una lengua incorrecta (puede serlo sociolingüísticamente si se emplea en un ámbito inadecuado) ni se puede asimilar al vulgarismo, sino que es la manifestación más espontánea de la lengua para hablar, sin formalidad, de lo cotidiano, lo familiar, en confianza (Del Mazo).
El lenguaje se expresa en distintos niveles y habrá que valorar qué papel juegan respecto de él. La norma que impera en una sociedad refleja la distribución del poder en ella. Cervantes entiende que: «el ideal de lengua no se acomoda a rasgos locales, ni a estrechos rasgos sociales. Para él, el habla clara y buena “está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majadahonda”. Hemos de entender cortesano como hombre educado y discreto, el dotado de inteligencia y sano juicio (Sánchez Lobato et al.)». García Berrio diferencia el Paradigma clásico del Paradigma moderno, que comienza en el s. XIX, por el cambio de autoridad. En el Paradigma clásico la norma la constituyen los autores canónicos, aquello que ha establecido la Tradición. Mientras que en el Paradigma moderno, que es en el que vivimos según García Berrio, cada nuevo autor ha de inventar su obra. No se busca imitar a los clásicos, sino la originalidad. Cervantes, en parte, se adelanta a su tiempo y libera a la lengua de la autoridad. El ideal de la lengua no viene de una autoridad previa al individuo, sino que él mismo, si se educa, puede ser un «discreto cortesano» y aportar a las letras. No obstante, hasta que no se desarrolla el Paradigma moderno, el modelo de la lengua está en lo fijado por el pasado. Mientras que, una vez surge, se toma conciencia de que la lengua se forma desde muy diferentes puntos. Una lengua no es sólo lo que dice su gramática.
Por una parte, vivimos en una sociedad en la que todos tenemos la posibilidad de expresarnos y todos contribuimos, en diferente medida a la conformación del idioma (Del Mazo). El blog, las redes sociales y otros medios técnicos facilitan que cualquier ciudadano pueda expresarse y, en cierta medida, influir sobre los demás. El cambio de paradigma podemos verlo en La saga/fuga de J. B. de Torrente Ballester. En ella encontramos un poeta, José Bastida, que crea su propio lenguaje; con su morfología, sintaxis y un modo muy particular de transmitir mensajes. Este nuevo lenguaje será más poderoso incluso que el que hablan el resto de personajes. Esto no quiere decir que la norma más académica haya perdido valor. Simplemente debe convivir con aquellas aportaciones que vengan de otros sitios y sean valiosas.
Por otra parte, como dijo recientemente en una conferencia en el Ateneo de Madrid el profesor Rodríguez Lafuente, gozamos los hispanohablantes de una gran riqueza. Él se refiere a la literatura producida en nuestro idioma como «literatura en español». La gran extensión de territorio en la que se habla el español y las diferencias entre los países donde se habla dan lugar a una enorme riqueza lingüística. Como dicen Sanchez Lobato et al., debemos recoger esta riqueza. Una obra especialmente interesante es la novela Mala Onda de Alberto Fuguet. Esta historia está contada por un joven chileno con abundancia de expresiones propias del país. Necesitamos una cierta homogeneidad en el español para entendernos entre las personas que lo hablamos, pero, al mismo tiempo, debemos explotar esta fuente lingüística de variedades.
En conclusión, la gramática tradicional, que prescribe una norma lingüística es valiosa para conservar un idioma; y las concepciones que estudian el uso del lenguaje y las variantes complementan el estudio y abren perspectivas diferentes para la comunicación. Probablemente la concepción de la norma haya de ser reconsiderada y ampliada con las aportaciones de más agentes que los tenidos en cuenta tradicionalmente.
Referencias
Del Mazo, Mariano. La lengua como sistema. La norma lingüística. Las variedades sociales y funcionales de la lengua. Consultado en: http://quehacerconlalengua.blogspot.com/
García Berrio, Antonio. Claudio Rodríguez: estilística de la forma interior. En El centro en lo múltiple. (Selección de ensayos). El contenido de las formas (1985-2005). Barcelona: Anthropos. 2009. Pp. 249-270.
Sánchez Lobato, J., Cervera, A., Hernández, G., Pichardo, C. Saber escribir. Madrid: Aguilar. 2006.
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