domingo, 30 de enero de 2011

El arte de la experiencia


Si mis ojos se cierran es para hallarte en sueños,
detrás de la cabeza,
detrás del mundo esclavizado.
En este país perdido
que un día abandonamos sin saberlo.

Cernuda. No sé qué nombre darle a mis sueños.



Primera parte. Combray

Comparación entre los comienzos de En busca del tiempo perdido y de Madame Bovary

Según Kundera: «Todas las novelas de todos los tiempos se orientan hacia el enigma del yo». Las obras de Proust y Flaubert se diferencian porque se centran en enigmas diferentes. Mientras que Proust trata de las ensoñaciones, angustias y recuerdos que experimenta el protagonista a lo largo de muchas noches, a Flaubert le interesan el aspecto, las maneras y la personalidad de Charles Bovary. El pensamiento del protagonista proustiano vaga de un modo aparentemente azaroso y poco lógico. Sus experiencias se mezclan de un modo confuso, que pertenece al ámbito Nocturno propuesto por Durand (p. 257). En cambio, la precisión descriptiva y narrativa con que se perfila Bovary corresponde a lo Diurno.

Marcel en sus sueños piensa en lo que ha leído, pero no reflexiona sobre los conceptos como se haría en vigilia, sino que se identifica con contenidos de su pensamiento: «porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V (p. 11)». Tiene la impresión de ser aquellos elementos que ha leído. La lectura le transforma de un modo parecido a como le ocurre a Bastián Baltasar Bux en La historia interminable. Marcel y Bastián viven intensamente la lectura e incorporan a su vida lo que descubren. Pero Marcel tiene una sensibilidad más amplia que la de Bastián. Sueña con diversas artes y, además, con hechos históricos y de su biografía. Su imaginación no se nutre sólo de lo que ha leído en los cuentos, sino de todo lo que ha vivido. Incluye otras artes, como son el teatro y la música; hechos que forman parte de la Realidad; y sus propias experiencias, en los recuerdos que le vienen y, también, en la arquitectura de las iglesias, que tanto le fascinan. Tiene la sensibilidad artística para dotar a las personas y hechos de su vida cotidiana de poeticidad (García Berrio, pp. 157-158).

Marcel tiene una primera intuición, que podríamos llamar «anuncio de una epifanía». El sueño de Marcel anticipa su necesidad de crear, tomando todo lo que forma parte de su vida como materiales. En su sueño, Marcel se transforma en diferentes elementos, de un modo parecido a cómo José Bastida se transforma en otros hombres en La saga/fuga de J. B. En ambos casos, estas representaciones expresan la necesidad del escritor de ser otros. El escritor tiene curiosidad por todo cuanto le rodea, todo le suscita representaciones y, en cierta medida, se identifica con todo. Pero no es sólo el autor, como dice Bastida todos hemos querido «alguna vez ser el papa, el cura, el gato, el águila y el triángulo isósceles (p. 532)».

En el sueño, Marcel se retrotrae a los aspectos más primitivos de su personalidad. El superyo freudiano deja de operar, por lo que el ello se manifiesta con más libertad: «en mí no había otra cosa que el sentimiento de la existencia en su sencillez primitiva, tal como puede vibrar en lo hondo de un animal, y hallábame en mayor desnudez de todo que el hombre de las cavernas (p. 14)». Proust comienza la historia de un escritor con un sueño para mostrar cómo el artista necesita liberarse de la vida Diurna y el rígido pensamiento lógico, que la gobierna; y ha de adentrarse en la «sencillez primitiva», en el ello freudiano, más libre y espontáneo, donde vibra lo emocional. Para crear su obra de arte Marcel, y cualquier persona, tiene que entrar en contacto con su ser primitivo, con lo que verdaderamente siente.

No obstante, el escritor ha de reflexionar sobre sus experiencias. Por este motivo, Proust intercala las experiencias en primera persona, con otras precisiones en tercera persona:

Mi cuerpo, demasiado torpe para moverse, intentaba, según fuera la forma de su cansancio, determinar la posición de sus miembros para de ahí inducir la dirección de la pared y el sitio de cada mueble, para reconstruir y dar nombre a la morada que le abrigaba. Su memoria, memoria de los costados, de las rodillas, de los hombros, le ofrecía sucesivamente las imágenes de las varias alcobas en que durmiera… (p. 13).




Marcel nos cuenta sus experiencias tal como las vivió, pero, además, las ha reelaborado. El narrador toma sus recuerdos, piensa sobre ellos y trabaja artísticamente sobre ellos. Veíamos en «El tiempo artístico», que el arte consiste en establecer relaciones. Una de ellas es relacionar la experiencia del momento con la reflexión posterior. De este modo, se consigue lo siguiente: «Una hora no es sólo una hora, es un vaso lleno de perfumes, de sonidos, de proyectos y de climas». Esa hora se vive con gran intensidad.

Flaubert, en cambio, opta por el distanciamiento para contar su historia. Escoge un narrador que apenas hace juicios (Vargas Llosa 1975, p. 216 ss.), una situación diurna y empieza con un relato principalmente descriptivo. Nos muestra con gran detalle la indumentaria de Charles Bovary. Sabemos tanto la forma como el material de la gorra que lleva. El texto de Flaubert refleja lo que, según Pavese, caracteriza a los grandes escritores: «se deleitan en el detalle (p. 64)».

Flaubert y Proust representan dos maneras diferentes de crear al personaje. A Flaubert le interesa describirlo según le ven los demás. Bovary se incorpora a una clase y le conocemos por cómo actúa en sociedad y por contraste con los otros personajes. Flaubert hace que sea objeto de las miradas de sus compañeros. Éstos se dan cuenta que es tímido y torpe. A continuación, el narrador recorre la biografía de Bovary: de quién recibió su primera instrucción, cómo le criaron sus padres y todos los acontecimientos que han formado su personalidad, hasta llegar a la edad adulta. El personaje se construye por la mirada externa, de los otros personajes o del narrador. En cambio, el personaje proustiano se define a sí mismo. Lo que sabemos de Marcel proviene de sus experiencias internas. El relato empieza de noche y el personaje se encuentra en la soledad de su cuarto, donde recuerda sus experiencias en los dormitorios que ocupó en el pasado. Recuerda su vida que, posteriormente, reelaborará. Flaubert en las primeras páginas define a Charles Bovary, mientras que en Proust el protagonista está en constante construcción.

En los términos manejados por Vargas Llosa (1975), Madame Bovary comienza con un narrador-personaje plural o «nous». La obra empieza del siguiente modo: «Estábamos en la sala de estudios… (p. 9)». El narrador debe ser un compañero de escuela de Charles, que se esconde tras la primera persona del plural. Capta con todo detalle el aspecto y las reacciones de Charles, pero evita decir nada de sí mismo. El narrador mantiene la distancia y, si bien hace algún juicio, es principalmente objetivo. Nos cuenta el modo escandaloso y desenfadado con que se comportan los alumnos en general, frente al modo silencioso y torpe de Bovary. El narrador es un mero observador, se excluye totalmente de la acción y acaba por desvanecerse en un narrador omnisciente, que conoce con detalle la biografía de Charles Bovary. Flaubert emplea un narrador objetivo, frente al narrador subjetivo de Proust.

El texto proustiano pertenece al régimen Diurno, mientras que el de Flaubert al Nocturno. Los recuerdos que le vienen a la cabeza a Marcel se enlazan por los caprichos del duermevela. Marcel está confuso respecto de sí mismo y respecto de lo que le rodea. En su lugar, en el texto flaubertiano el «nous» observa desde fuera a Charles con claridad. Los narradores están en posiciones diferentes. En el caso de En busca el narrador es intradiegético y, sobre las reflexiones que hace de sí mismo y su entorno, se construye el relato. En Madame Bovary el «nous» es también intradiegético, pero muy distanciado de la trama. Es un mero observador. Pero el narrador principal de la obra es omnisciente y, por tanto, extradiegético. Se podría resumir la diferencia entre las dos obras en que Flaubert cuenta una historia de «observación», mientras que Proust de «auto-observación». Flaubert comienza describiendo a su protagonista de un modo ordenado. Nos lo presenta en acción y, después, recorre los datos biográficos que han acabado de fraguar su personalidad. Mientras que en Proust lo que guía la narración son las sensaciones y asociaciones del personaje. Como dice Kundera: «Para Proust, el universo interior del hombre constituía un milagro, un infinito que no deja de asombrarnos (p. 36)».


Los dos Combray

El recuerdo que Marcel tiene del Combray experimenta dos fases. Al comienzo sólo accede al momento del día en que, siendo niño, debe subir a dormir y, contra su voluntad, se separa de su madre: «como si Combray consistiera tan sólo en dos pisos unidos por una estrecha escalera, y en una hora única: las siete de la tarde (p. 59)». En un piso Marcel tiene que dormir solo y en el otro se ha quedado su madre. Marcel quiere, de un modo desesperado, que su madre esté con él, pero ni ella ni su padre se lo permiten, por lo general. Esta angustiosa experiencia ensombrece el resto de sus recuerdos de Combray. Marcel se ha quedado fijado en los espacios que simbolizan el momento en que se debía separar de su madre, que vivía con auténtico terror. Marcel dice que Combray quedó reducido a lo siguiente: «al escenario y el drama del momento de acostarme (p. 60)». La opresión con que recuerda Combray está subrayada, incluso, en que se refiera a la unión de los dos espacios como «estrecha escalera». El narrador recuerda que sólo existía un lugar donde estaba su querida madre y otro donde estaba él, aislado y sin escapatoria. En ese Combray no hay gentes, no hay calles, ni nada de nada. Marcel oye las conversaciones que tienen sus padres con los invitados, pero no sólo no le tranquiliza, sino que se angustia más por estar lejos de su madre. Marcel no siente que su madre, en el fondo está cerca; sino que está al otro lado de algo difícilmente transitable, una «estrecha escalera».

La experiencia de la madalena hace que Marcel recupere más información de su memoria. Expande sus recuerdos:

…la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y en las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo […] todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor de Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té (p. 64).

En el recuerdo van apareciendo progresivamente muchos más elementos de Combray. Primero vuelve a su memoria la casa de su tía y después el pueblo. Resulta que la infancia de Marcel no consistió sólo en la hora de irse a acostar, como él creía, sino que ahora se acuerda de todo el resto del tiempo que vivió en Combray. Y hay otros muchos sitios, además de los dos pisos unidos por una estrecha escalera. Marcel se recuerda a sí mismo fuera de la casa en diversas actividades placenteras. Desaparece la opresión conforme el espacio del recuerdo va creciendo. Del mismo modo que lo que comentamos sobre «El tiempo artístico», la epifanía da profundidad a la experiencia. El recuerdo inicial de Combray es muy pobre, se limita a una imagen poco representativa de lo que, en realidad, fue la infancia de Marcel. El narrador se da cuenta que el recuerdo que, al comienzo, tenía de Combray es un «truncado lienzo». Es una representación plana, de la que ha eliminado las partes más interesantes de Combray. En «El tiempo artístico» también veíamos, que la experiencia previa a la epifanía se caracteriza por ser plana. En ese momento Marcel tiene una «visión cinematográfica» o superficial de lo que experimenta. La epifanía no niega esta vivencia, pero la carga de sentido y la visión gana relieve.

En el caso de la madalena es evidente el proceso. En el primer Combray sólo hay dos pisos y una escalera, muy poco detallados, sin profundidad; mientras que en el segundo, el escenario se va agrandando y matizando cada vez más. Los pisos se convierten en una casa; de la que sabemos el color, tiene fachada y da a una calle. Contamos con detalles y distintos planos, que son más fáciles de imaginar en tres dimensiones. Pero, el escenario sigue creciendo. Después, Marcel recuerda las calles, los jardines y las otras casas del pueblo. Al terminar esta epifanía tenemos una representación general de Combray. Mientras el primer Combray que recordaba se caracterizaba por ser espacialmente muy limitado y centrado en un momento del día; el segundo es verdaderamente Combray y aparece en él todo lo que lo componía y durante todo el tiempo que Marcel puede recordarlo, esto es, a lo largo de todas las horas en que él estaba despierto. El primer Combray es un espacio opresivo, donde Marcel está solo y permanece sufriendo de un modo pasivo; en el segundo Combray, se produce una extensión del espacio donde se mueve el protagonista, que resulta ser un pueblo cargado de vida, donde Marcel recibe afecto y sale de paseo con sus padres. La experiencia de la madalena enriquece el recuerdo de Marcel. Pasa de ser un recuerdo thanatico, en el que todo es negativo y doloroso; a un recuerdo más propio de eros freudiano, en el que hay alegría y amor. O, dicho de otro modo, pasa de una situación de asedio, Combray es el lugar donde Marcel está solo; a una situación de ámbito, Combray es el lugar donde Marcel hace recados, merienda o va de paseo (García Berrio, p. 188). La experiencia de la madalena le ha revelado a Marcel la vida en toda su riqueza. O, como diría Dean, el personaje de En el camino, le ha revelado «tardes de elevada eternidad». Marcel descubre que su vida es mucho más valiosa artísticamente de lo que creía, o, como dice Pavese: «Lo que más aprovecha a la poesía, a la “literatura de alguien” que escribe, es esa parte de su vida que al vivirla le parecía más alejada de la literatura. Días, hábitos, incidentes que no sólo parecieron una pérdida de tiempo, sino un vicio, un pecado, un torbellino. Allí es donde se enriquece la vida de éste (p. 427)».

Dice Vargas Llosa que Proust es el «escritor-catoblepas» por excelencia y que En busca es la «monumental recreación artística de su propia peripecia vital, su familia, su paisaje, sus amistades, relaciones, apetitos confesables e inconfesables, gustos y disgustos, y, al mismo tiempo, de los misteriosos y sutiles encaminamientos del espíritu humano en su afanosa tarea de atesorar, discriminar, enterrar y desenterrar, asociar y disociar, pulir o deformar las imágenes que la memoria retiene en el tiempo ido (1997, p. 24)». El principal valor de esta obra reside en que descubrió un nuevo nivel de realidad, «una visión inédita, renovadora, desconocida de la vida […] lo importante no está en lo que ocurre en el mundo real, sino en la manera como la memoria retiene y reproduce la experiencia vivida, en esa labor de selección y rescate del pasado que opera la mente humana (pp. 97-98)». Eliade dice lo siguiente respecto de los mitos, pero que es aplicable a la obra proustiana: el retorno a los orígenes libera «la obra del tiempo[…] El conocimiento del origen y la historia ejemplar de las cosas confiere una especie de dominio mágico sobre ellas. Pero este conocimiento abre asimismo el camino a las especulaciones sistemáticas sobre el origen y las estructuras del mundo (pp. 81-82)».




El episodio de la angustia del niño en el momento de irse a dormir

En el momento de acostarse, el protagonista se ve obligado a separarse de su madre. Para Marcel (y también para Swann) su conflicto existencial reside en estar separado del ser amado. A lo largo de la obra, Marcel siente la necesidad de estar con diversas mujeres. Cuando es niño sufre mucho cuando su madre se queda conversando con un invitado, mientras que él tiene que irse a dormir. Más tarde se enamora de Gilberte y vuelve a sufrir cuando esta no acude a los Campos Elíseos. Y, más adelante, se esfuerza, de un modo obsesivo, en encontrarse con la elegante Odette[1]. Marcel tiende a idealizar a las mujeres que le rodean. Se enamora y necesita estar cerca de ellas. Pero no necesariamente trata que esas mujeres sean sus novias. Por ejemplo, en Odette le deslumbran su elegancia, su sencillez y su buen gusto. Marcel necesita verla, pero no está enamorado de ella en el sentido habitual. Las mujeres que le rodean son su inspiración. Encarnan valores o despiertan emociones en Marcel, que éste usará para escribir. Marcel necesita la compañía de su madre y, como con respecto a Odette, no es que esté enamorado de ella. Si bien la relación que tiene Marcel con su madre es diferente de las que pueda tener con otras mujeres, en todos los casos necesita que las mujeres a las que quiere estén cerca de él.

El momento de irse a dormir es especialmente traumático porque frustra la necesidad del protagonista de estar con su madre, como sucede cuando Gilberte no va a jugar con él. Cuando se acerca el momento de irse a dormir, Marcel sólo tiene experiencias negativas. Está en un momento previo a la epifanía, por lo que no puede disfrutar de lo que vive:

Al subir a acostarme, mi único consuelo era que mamá habría de venir a darme un beso cuando ya estuviera yo en la cama. Pero duraba tan poco aquella despedida y volvía mamá a marcharse tan pronto, que aquel momento en que la oía subir, cuando se sentía por el pasillo de doble puerta el leve roce de su traje de jardín, de muselina blanca con cordoncitos colgantes de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Porque anunciaba el instante que vendría después, cuando me dejara solo y volviera abajo (pp. 23-24).

En este momento Marcel vive con terror la soledad, que, después, le será tan necesaria para crear. Además, no es capaz de disfrutar ni siquiera de lo que desea. Él quiere estar con su madre y ella sube a su cuarto a darle un beso, pero, no sólo no le agrada esto, sino que le causa dolor porque su madre se marcha de nuevo. Veíamos que el primer Combray es un lugar donde no hay vida, mientras que sí la hay en el segundo. El recuerdo traumático de irse a dormir forma parte del primer Combray y carece de tiempo para la vida. Marcel consume su pensamiento en angustiarse por quedarse solo y, cuando está acompañado, sigue sufriendo porque anticipa que va a volver a quedarse solo. De este modo, nunca tiene la sensación de estar acompañado. La soledad tiene un valor thanatico. El protagonista encuentra en ella todos los tormentos. Y, como todavía no ha tenido la experiencia epifánica, no puede escapar de la soledad.

El que, al comienzo, sólo recuerde el momento de irse a dormir es significativo para definir las inquietudes de Marcel y de la estructura de la obra. A lo largo de la obra, la dialéctica entre el encuentro y la separación de las mujeres amadas será una constante, que incluso se repite en la relación entre Swann y Odette.

Léonie, lectora del mundo

La tía Léonie cambia la manera que tiene de vivir a raíz de la muerte de su marido: «no quiso salir de Combray primero, de su casa luego y, más tarde, de su cuarto y de su cama, que no bajaba nunca y se estaba siempre echada, en un estado incierto de pena, debilidad física, enfermedad, manía y devoción (p. 66)». Léonie va reduciendo el espacio en el que se mueve, hasta quedar en cama, pero asomada al pueblo por la ventana: «Al otro lado de la cama extendíase la ventana, y así tenía la calle a la vista, y podía leer desde por la mañana hasta por la noche, para no aburrirse, al modo de los príncipes persas, la crónica diaria, pero inmemorial, de Combray, crónica que luego comentaba con Francisca (p. 70)». Se produce un contraste muy interesante respecto de la vida de Léonie. Por un lado, se convierte en una persona pasiva. Deja de salir a la calle y se pasa los días sin hacer nada. Pero, por otro lado, no pierde el contacto con Combray. Se fija en todas las personas que pasan ante su ventana y está al tanto de sus vidas.

Es llamativo que el narrador diga que Léonie podía «leer» la crónica de Combray. Con esto quiere decir que ve la calle desde la cama, pero, al mismo tiempo, es como si Combray fuera una historia que se abre ante Léonie. La tía de Marcel está fascinada por lo que sucede a su alrededor. No la interesa tanto relacionarse con las personas que viven en Combray, como observarlas y comprender el modo en que viven:

Francisca, figúrese usted que la señora Goupil ha pasado a buscar a su hermana un cuarto de hora más tarde que de costumbre; por poco que se retrase en el camino, no me extrañará que llegue a la iglesia después de alzar (p. 73).

Léonie «lee» las vidas de los que le rodean. Conoce a todos los vecinos de Combray, hasta en los más pequeños detalles. Por este motivo, es capaz, aun desde la cama, de ejercer una función narradora. Tiene una función importante dentro de En busca, pero, como tiene puestas todas sus energías en «leer» el mundo, se descuida a sí misma: «No os podéis figurar lo que me parece que cambia Swann- dijo mi tía-; está viejísimo (p. 48)». Se da cuenta que Swann está envejeciendo, sin siquiera percatarse que ella también. Y, en lugar de vivir por sí misma, se recluye en su cuarto y deja que la dominen las manías. Vive a través de lo que «lee» en las experiencias de los demás. Podríamos hacer paralelos entre Léonie y otros personajes que ponen el foco de sus vidas en la lectura y pierden contacto con la realidad. Dos de ellos serían: Don Quijote, que se empobrece para comprar libros; y Orlando, de la novela homónima de Virginia Woolf, que está tan inmerso en sus lecturas que abandona el gobierno de su casa. Incluso se pueden establecer paralelos entre Léonie y Marcel. Éste también necesitará retirarse a la soledad de su cuarto para poder comprender el mundo y crear su obra. Pero, Léonie no es ni Quijote, ni Orlando, ni Marcel. En estos tres la lectura conduce a un ideal. Quijote quiere resucitar el mundo de caballerías que ha leído, Orlando lee para conocerse a sí mismo y al ser humano y Marcel lee tanto libros como la vida, pero con una sensibilidad estética. En la obra de Proust, los personajes que están inmersos en la vida social no evolucionan. Tienen vidas superficiales y no pueden pararse a reflexionar sobre lo que experimentan. La diferencia entre Marcel y Léonie es que él será capaz de ir más allá de la vida de sociedad, mientras que Léonie, por mi buena observadora que es, no es capaz de reflexionar sobre el sentido de su existencia. Ambos personajes tienen maneras de comportarse maniáticas. Pero Léonie hace un uso de sus capacidades estéril, la vigilancia con que controla a los demás no sirve para nada; y, en cambio, la necesidad que tiene Marcel de tener cerca a las mujeres a las que quiere, le lleva a analizar sus afectos y componer una obra en torno a ellos.


Segunda parte. Un amor de Swann.

Relación ente el arte y la experiencia amorosa entre Swann y Odette

Swann y sus experiencias corren en paralelo con Marcel y el periplo vital que le lleva a ser artista. Para Swann hay dos ideales de belleza: el del mundo y el del arte «… porque las cualidades físicas que buscaba estaban, sin darse cuenta él, en oposición completa con las que admiraba en los tipos de mujeres de sus pintores o escultores favoritos. La profundidad y la melancolía de expresión eran un jarro de agua para su sensualidad, que despertaba, en cambio, ante una carne sana, abundante y rosada (p. 232)». La vida y el arte están disociados en la mente de Swann. La Odette real no le resulta atractiva. Odette no es una mujer guapa. Pero, Swann proyecta sus afectos sobre Odette, con lo que pasa a atraerle:

Indudablemente, al recordad de este modo sus conversaciones, cuando estaba solo y se ponía a pensar en ella, no hacía más que mover su imagen, entre otras muchas imágenes femeninas, en románticos torbellinos; pero si gracias a una circunstancia concreta […] la imagen de Odette de Crécy llegaba a absorber todos los ensueños, y éstos eran ya inseparables de su recuerdos, entonces la imperfección de su cuerpo ya no tenía ninguna importancia, ni el que fuera más o menos que otro cuerpo cualquiera del gusto de Swann (p. 240).

El arte dota a lo que nos rodea de nuevas dimensiones. Swann inventa a Odette. Tiene una experiencia voluptuosa y feliz al escuchar la melancólica Sonata de Vinteuil (p. 252). Esta canción más tarde representará la relación entre Swann y Odette (p. 263). Swann es un amante de la pintura y compara a sus conocidos con los personajes de cuadros. Y acaba de enamorarse de Odette cuando se da cuenta que se parece a «la figura de Céfora, hija de Jetro, que hay en un fresco de la Sextina (p. 267)». Las dudas que Swann tiene sobre la belleza de Odette se disipan, porque la ve como una obra de arte. Desde ese momento, Swann tiene a Odette como una mujer superior al resto y la ama por lo que representa. La Odette real es, por sí misma, mucho menos noble y elegante de lo que cree Swann. Pero éste la ve a través del arte, resalta lo mejor de ella o, tal vez, simplemente la ama por lo que es; y esto da lugar a que Odette, al final de la obra, sea verdaderamente será una mujer con encanto y simbolizará el arte. Swann eleva a su amada de la misma manera que Marcel eleva a la vida. En lo cotidiano es donde se revela la belleza, ya sea en una mujer normal o en las experiencias del día a día.

Swann se enamora de Odette por una serie de relaciones que establece. Identifica las mujeres melancólicas que le gustan en pintura, la melancolía de la Sonata de Vinteuil y la imagen decadente de Odette. Aunque después cambia, en los primeros momentos Odette tiene la expresión cansada y temerosa que a Swann le recuerda a la Céfora y la Sonata de Vinteuil. Como le ocurre a Marcel, el amor que siente Swann no está en el exterior, no es Odette la que despierta su pasión, sino que es expresión de un estado interno:

Pero la frase, en cuanto la oía, sabía ganarse en el espíritu de Swann el espacio que necesitaba, y ya las proporciones de su alma se cambiaban; y quedaba en ella margen para un gozo que tampoco correspondía a ningún objeto exterior y que, sin embargo, en vez de ser puramente individual como el del amor, se imponía a Swann con realidad superior a la de las cosas concretas (p. 283)».

Como dice Pavese: «…estar enamorado es un asunto personal que no concierne al objeto amado […] Se intercambian, incluso en este caso, gestos y palabras simbólicas en los que cada cual lee cuanto tiene en su interior… (p. 105)». Si bien Swann no llega a convertirse en artista, la función narrativa que cumple es de artista. A partir del momento en que se enamora se entrega por completo a Odette, a un ideal artístico, y descuida sus relaciones con los demás, que para él están desprovistas de valor poético. Marcel tendrá que hacer algo diferente, pero funcionalmente equivalente. Cuando descubra que su vida es el material para su obra, tomará distancia de la vida social para poder entregarse a escribir.


Tercera parte. Nombres de países: El nombre

Marcel se decepciona porque las mujeres que conoció en su juventud, han desaparecido en el momento de escritura. Las mujeres que ve en siendo adulto ya no visten con gusto y los caballeros no llevan sombrero, como pasaba en su niñez y, en consecuencia, las personas han perdido su distinción. Los automóviles no pueden compararse tampoco en elegancia a los trenes. Así se pregunta: «¿Para qué venir aquí, a la sombra de estos árboles amarillentos, cuando en lugar de las cosas exquisititas a que servían de marco se han colocado la vulgaridad y la insensatez? (p. 501)». El protagonista piensa que los hombres de su tiempo no pueden saber qué es la elegancia y compara el cuidado con que se vestía Odette, con el exceso de las mujeres actuales.

Para mí, la sencillez que ganaba el primer lugar en el orden de los méritos estéticos y de las grandezas mundanas el día que veía a la señora de Swann a pie, con una polonesa de paño, una gorra adornada con un ala de lofóforo en la cabeza y un ramo de violeta en el pecho […] Pero otras veces no era la sencillez, sino el fausto, el que ganaba el primer puesto de mi preferencia […] Esa sonrisa, en realidad, decía a los unos: “Me acuerdo muy bien, era exquisito”; a los otros: “Me habría gustado mucho, pero hemos tenido mala suerte”, o, “Como usted quiera, voy a seguir en la fila un momento y en cuanto pueda me saldré” (p. 493).

Marcel siente nostalgia de mujeres como Odette, que hacen de su vida una obra de arte. Odette sale a la calle a lucirse, cuida su vestuario tanto para deslumbrar con sencillez como con fausto, y seduce a todos por igual con su encanto. Como las personas que rodean a Marcel son el material para sus obras, se desespera al ver que estas ya no cuidan su atractivo social. Pero, para que se conservase la belleza que experimentó en su juventud no bastaría con que las mujeres vistiesen como las de antaño, sino que éstas siguieran existiendo, junto a las reuniones sociales y los lugares en que Marcel estuvo. Además de criticar el gusto de su sociedad, le hace sufrir el paso del tiempo. Los recuerdos de Marcel, que forman parte de él, se refieren a una realidad que ya no existe y que, incluso, nunca ha existido más que en su interior. El ruido de los pájaros abriéndose paso por el vacío le ayuda a «comprender la contradicción que hay en buscar en la realidad los cuadros de la memoria, porque siempre les faltaría ese encanto que tiene el recuerdo y todo lo que no se percibe por los sentidos (p. 502)».

En busca trata el proceso vital que experimenta su protagonista hasta convertirse en artista. El autor debe estar dispuesto a asumir que no tiene todo el control sobre su obra. El arte tiene mucho de inspiración, revelación o epifanía. El artista debe observar lo que le rodea, toda su vida es un buen material para su obra, pero, después, debe reflexionar y trabajar para convertir todo el material que tiene en una expresión profunda sobre el ser humano. Marcel (y Swann) sufre mucho por sus sentimientos, pero éstos le servirán para construir una obra humana.

Referencias

Durand, Gilbert. Las estructuras antropológicas de lo imaginario: introducción a la arquetipología general. Madrid: Taurus. 1982.

Eliade, Mircea. Aspectos del mito. Barcelona: Paidós. D. L. 2000.

Flaubert, Gustave. Madame Bovary. Madrid: Libra. 1970.

García Berrio, Antonio y Hernández Fernández, Teresa. Crítica literaria. Iniciación al estudio de la literatura. Madrid: Cátedra. 2008.

Kerouac, Jack. En el camino. Barcelona: Bruguera. 1980.

Kundera, Milan. El arte de la novela. Barcelona: Tusquets, 2004.

Pavese, Cesare. El oficio de vivir. Barcelona. Bruguera. 1980.

Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Buenos Aires: Santiago Rueda editor. 1979.

Torrente Ballester, Gonzalo. La saga/fuga de J. B. Madrid: El País clásicos españoles. 2005.

Vargas Llosa, Mario. Cartas a un joven novelista. Barcelona: Ariel, 1997

Vargas Llosa, Mario. La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary. Madrid: Taurus. 1975.
[1] Hemos tomado tres ejemplos del tipo de relación que Marcel establece con las mujeres, dentro de los que aparecen a lo largo de la obra. Marcel también trata de encontrarse con su admirado Swann, pero esto no llega a ser un tema de preocupación para él.

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