Una de las mejores experiencias en las que he participado ha sido el Taller de cuentos que he realizado con alumnos de 3º de la ESO del instituto Gonzalo Torrente Ballester. La vida es una sucesión de coincidencias. La primera coincidencia es que, después de haber descubierto a Torrente Ballester, he impartido mi Taller en un instituto que honra su memoria. La segunda consiste en que mi labor se ha parecido a las obras de Torrente Ballester. Sus personajes rivalizan entre sí porque tienen maneras distintas de pensar, pero, sobre todo, porque les gusta jugar a representar batallas.
El Taller de cuentos ha sido una sucesión de estas batallas. Hube de abrirme paso en el fragor de un aula con veintidós personas encantadoras y ruidosas. Los alumnos leían en alto los cuentos que habían escrito. Pero, por muy alto que los leyesen, se perdían entre el barullo. Había programado el Taller para que los alumnos disfrutasen de los cuentos escritos por sus compañeros. Pero, pujaban mis peticiones de silencio con las ocurrencias de mis alumnos. Temí que éstos no aprovecharían las clases. Pero, no fue así. Por un lado, se dispersaban, pero por otro disfrutaron de escucharse los unos a los otros. Y cada vez tuvieron más interés por leer sus cuentos. Cuando les pedía a los alumnos que escribieran por grupos, el barullo se hacía aún mayor. Surgían focos de rebeldía por todas partes que no daba abasto para sofocarlos. Sin embargo, los grupos escribían cuentos divertidísimos y cada vez mejores.
Esta situación puede parecer paradójica, pero no lo es. Los adolescentes están desbordados por su propia vitalidad, que necesitan expresar. Entendí que mi papel en cada batalla era canalizar su energía sin reprimirla. Mis alumnos son inquietos, joviales e imaginativos. En el Taller traté de ayudarles a emplear su energía e intereses en la escritura de cuentos. El resultado fue que tanto mis alumnos como yo aprendimos y nos divertimos.
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