«Siempre la claridad viene del cielo; es un don». Así empieza el libro de Claudio Rodríguez, con lo que parece ser una confesión autobiográfica. Escribió Don de la ebriedad con diecisiete años y obtuvo con él el premio Adonis. Según Germán Yanke, Don de la ebriedad fue uno de los libros que renovó la poesía española de los años cincuenta (53). Sorprende el dominio que tiene de los recursos poéticos con tan corta edad. Está escrito en endecasílabos con rima asonante en los pares y verso blanco en los impares, salvo algunas excepciones. En el poema I, por ejemplo, encontramos rimas en los impares entre las palabras espera y esperas y tuyos e impulsos. Es probable que hubiera podido evitarlas, aunque no afean el poema. En cualquier caso, Claudio Rodríguez domina la rima. Un ejemplo lo tenemos en el verso 8, que termina con la palabra bóveda. Escoge esta palabra esdrújula, de modo que, según las reglas métricas, se elimina la sílaba –ve y, por lo tanto, esta palabra rima con la del siguiente verso par: redonda. Emplea pocos adjetivos, pero los concentra al final del verso, para realizar las rimas. También rima con sustantivos y verbos en presente.
El poema I comienza con una afirmación rotunda. La claridad viene del cielo. Una posible interpretación del poema es que trata acerca de la inspiración para escribir. Ésta llega del cielo, como un don. Emplea un presente gnómico (viene), que indica que lo que afirma es incontestable. La claridad le llega al poeta del cielo. En un primer momento, la creación literaria viene de fuera. El poeta recibe de un modo pasivo la acción de una epifanía:
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Es esa claridad, superior a las cosas, la que las domina y rige. En la naturaleza hay una fuerza superior, que se le revela al poeta. Según García Berrio: «Don de la ebriedad (1953), incorporó la primera etapa de su ascesis epifánica, esperanzadamente receptiva y casi mística, de la experiencia unitaria como manifestación y comunicación cósmica paradójica (250)». El poeta se siente unido a toda la Creación y lo expresa a través de: «un yo de movimiento profundamente centrífugo—es decir, un yo/poema que es un gesto de dispersión del texto mismo mediante la entrega de su yo a aquella totalidad cósmica que son el aire, el agua, el viento y la luz (Olson: 539-540)».
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
El poeta se hace preguntas sobre esa fuerza que le colma y, exclama, por el éxtasis de la revelación. Puede que aún sea pronto para que lo que siente el poeta se le muestre por completo. Pero lo siente cercano y el poeta lo representa en movimiento. Se acerca y se aleja esa epifanía, pero, en todo momento, el poeta la siente.
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
El poeta necesita dar una forma a eso que está sintiendo, encontrar las palabras para contarlo. Pero, paradójicamente, la claridad se ha llevado la luz. Don de la ebriedad tiene una naturaleza paradójica. Para occidente, el momento del conocimiento suele ser el día, y la noche suele representar la confusión. Al menos, así lo recoge Gilbert Durand en Estructuras antropológicas del imaginario. Sin embargo, para Claudio Rodríguez la noche es el espacio del conocimiento de lo único, mientras que por el día el poeta queda perplejo ante la multiplicidad de las cosas.
Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
El poeta asume que está destinado a experimentar una epifanía grandiosa, aunque también virulenta. Es interesante el juego de contrastes. El don lleva al poeta a una «ebria persecución», que da cuenta de que está iluminado, pero, también se sugiere que hay algo excesivo en lo que está experimentando. De hecho, esa persecución le lleva a un «abrazo de las hoces». Esta imagen es sorprendente. Presenta una acción afectiva y positiva (abrazo), ejecutada por un elemento cortante (hoces). El poeta, como cualquier ser humano, debe afrontar la vida como le viene y él decide celebrarla con sus versos. Don de la ebriedad es un poema muy sugerente, que transmite una enorme vitalidad y que expresa la fuerza de una experiencia epifánica que, puede ser entendida, como la revelación que experimenta el poeta.
Referencias
García Berrio, Antonio. Claudio Rodríguez: estilística de la forma interior. En El centro en lo múltiple. (Selección de ensayos). El contenido de las formas (1985-2005). Barcelona: Anthropos. 2009. Pp. 249-270.
Olson, Paul R. Dos metafísicas del texto poético (Jiménez, Rodríguez, Celaya). Consultado en: Biblioteca Cervantes Virtual.
Yanke, Gerrnán. La figuración irónica. Sriptura. Nº 10. 1994. Pp. 53-67.
El poema I comienza con una afirmación rotunda. La claridad viene del cielo. Una posible interpretación del poema es que trata acerca de la inspiración para escribir. Ésta llega del cielo, como un don. Emplea un presente gnómico (viene), que indica que lo que afirma es incontestable. La claridad le llega al poeta del cielo. En un primer momento, la creación literaria viene de fuera. El poeta recibe de un modo pasivo la acción de una epifanía:
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Es esa claridad, superior a las cosas, la que las domina y rige. En la naturaleza hay una fuerza superior, que se le revela al poeta. Según García Berrio: «Don de la ebriedad (1953), incorporó la primera etapa de su ascesis epifánica, esperanzadamente receptiva y casi mística, de la experiencia unitaria como manifestación y comunicación cósmica paradójica (250)». El poeta se siente unido a toda la Creación y lo expresa a través de: «un yo de movimiento profundamente centrífugo—es decir, un yo/poema que es un gesto de dispersión del texto mismo mediante la entrega de su yo a aquella totalidad cósmica que son el aire, el agua, el viento y la luz (Olson: 539-540)».
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
El poeta se hace preguntas sobre esa fuerza que le colma y, exclama, por el éxtasis de la revelación. Puede que aún sea pronto para que lo que siente el poeta se le muestre por completo. Pero lo siente cercano y el poeta lo representa en movimiento. Se acerca y se aleja esa epifanía, pero, en todo momento, el poeta la siente.
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
El poeta necesita dar una forma a eso que está sintiendo, encontrar las palabras para contarlo. Pero, paradójicamente, la claridad se ha llevado la luz. Don de la ebriedad tiene una naturaleza paradójica. Para occidente, el momento del conocimiento suele ser el día, y la noche suele representar la confusión. Al menos, así lo recoge Gilbert Durand en Estructuras antropológicas del imaginario. Sin embargo, para Claudio Rodríguez la noche es el espacio del conocimiento de lo único, mientras que por el día el poeta queda perplejo ante la multiplicidad de las cosas.
Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
El poeta asume que está destinado a experimentar una epifanía grandiosa, aunque también virulenta. Es interesante el juego de contrastes. El don lleva al poeta a una «ebria persecución», que da cuenta de que está iluminado, pero, también se sugiere que hay algo excesivo en lo que está experimentando. De hecho, esa persecución le lleva a un «abrazo de las hoces». Esta imagen es sorprendente. Presenta una acción afectiva y positiva (abrazo), ejecutada por un elemento cortante (hoces). El poeta, como cualquier ser humano, debe afrontar la vida como le viene y él decide celebrarla con sus versos. Don de la ebriedad es un poema muy sugerente, que transmite una enorme vitalidad y que expresa la fuerza de una experiencia epifánica que, puede ser entendida, como la revelación que experimenta el poeta.
Referencias
García Berrio, Antonio. Claudio Rodríguez: estilística de la forma interior. En El centro en lo múltiple. (Selección de ensayos). El contenido de las formas (1985-2005). Barcelona: Anthropos. 2009. Pp. 249-270.
Olson, Paul R. Dos metafísicas del texto poético (Jiménez, Rodríguez, Celaya). Consultado en: Biblioteca Cervantes Virtual.
Yanke, Gerrnán. La figuración irónica. Sriptura. Nº 10. 1994. Pp. 53-67.
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