ciñérame sus lauros inmortales
¡por una Epístola moral a Fabio!
Javier Cercas. Soldados de Salamina.
La Epístola moral a Fabio fue escrita en 1613. En esta obra el poeta da consejos a Fabio. Según Sánchez: «La primera sensación que se tiene cuando se lee el poema de Andrada es que el poeta está hablando de su propia vida. De moda su vida y del sentido de vivirla (264)». Andrada denuncia una crisis moral propia de su tiempo. Según dice Fernando Rodríguez la Flor en Pasiones frías, el espíritu del barroco se caracteriza porque las personas que vivieron en él ocultan sus propias emociones. Frente a la franqueza y confianza renacentistas; se oponen la máscara y el secretismo barrocas. La ética del renacimiento se transforma en estética en el barroco. Un buen ejemplo de esto se manifiesta El mundo por de dentro de Quevedo. Sus personajes parecen nobles, pero todo son apariencias. Estas personas se comportan y se presentan ante los demás como seres virtuosos, pero son, en realidad, mezquinos e hipócritas:
Llámase -respondió- Hipocresía, calle que empieza con el mundo y se acabará con él; y no hay nadie casi que no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son.
La Epístola moral a Fabio ha perdurado en el tiempo porque revela aspectos antropológicos del ser humano. Parte de lo que refleja el poema de Andrada responde a la situación histórica que vivió el autor, pero otros son inherentes al ser humano. Todos querríamos ser como los renacentistas, confiados y muy nobles; pero, inevitablemente, surgen tentaciones barrocas. No siempre somos sinceros y, a menudo, nos quedamos en lo superficial y no nos esforzamos para conseguir por nosotros mismos las cosas.
En la Epístola moral a Fabio los vocativos juegan un papel estructural. Dividen en cuatro partes el poema (Dámaso Alonso: 26 ss.).
La primera parte (vs. 1-114) presenta una situación: «El poema arranca de un hecho concreto: Fabio malgasta el tiempo siguiendo las pretensiones de la corte (26)». Fabio ha ido a Madrid para intentar obtener un cargo. Pero, el poeta de la epístola quiere que deje la Corte y regrese a Sevilla. Le insta a que sea valiente y no se deje llevar por los favores que puede obtener:
El ánimo plebeyo y abatido
elija en sus intentos temeroso
primero estar suspenso que caído;
que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.
No obtienen reconocimientos los que más lo merecen, sino que, en muchos casos, los ganan las influencias. «El héroe es quien merece el premio, no quien lo obtiene por favor (27)». Cada persona, para ser verdaderamente valiosa, debe obtener sus éxitos por sí mismo; y no por los favores de los demás:
Aquel entre los héroes es contado
que el premio mereció, no quien la alcanza
por vanas consecuencias del estado.
La vida sencilla y apartada es más humana, que la vida lujosa, pero esclava de la Corte. Fernández lo representa mediante el contraste entre la imagen de un humilde ruiseñor, en un «pobre nido»; y la de un sirviente enjaulado tras «doradas rejas».
Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,
que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.
En la segunda parte (vs. 115-186) el poeta habla en primera persona: «son sus propósitos, lo que va a hacer guiado por su nueva luz, lo que le cuenta (29)»:
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente
que no afecto a los nombres ni a la fama.
El poeta ha descubierto que la vida sencilla es la mejor de las vidas: «Pobres de los que por ambición viajan y se afanan por remotos países. Al poeta le bastan su casa, unos libros, unos pocos amigos, un breve y tranquilo sueño (30)».
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.
Esto tan solamente es cuanto debe
naturaleza al parco y al discreto,
y algún manjar común, honesto y leve.
El poeta no se considera perfecto, pero «de ningún modo atenderá las predicaciones de los hipócritas que pueblan nuestras plazas, esos que se consideran cumbre de perfección, farsantes de la virtud y del ascetismo, blanqueados sepulcros de podredumbre (31)». El poeta ofrece su ejemplo a Fabio, para que trate de ser un ser humano con valores. No debe aparentar ser virtuoso, sino esforzarse para serlo.
No quiera Dios que siga los varones
que moran nuestras plazas macilentos,
de la verdad infames histrïones;
estos inmundos, trágicos, atentos
al aplauso común, cuyas entrañas
son oscuros e infaustos monumentos.
Y, para ello, debe ser humilde y emular a aquellos que lo merezcan:
Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.
La sencillez que propone el poeta tiene su paralelo en la naturalidad con que está escrito el poema. Podemos comprobar que apenas hay hipérbaton u otras irregularidades lingüísticas.
La tercera parte, a la que Dámaso Alonso se refiere como «Reconsideración» (vs. 187-201). El poeta no se deja vencer por el pesimismo. Si bien el ser humano se equivoca una y otra vez, también puede acertar. Puede imperar en él la nobleza frente al vicio.
No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.
¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿O menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
En el «final» (vs. 202-205) el poeta «anuncia su rompimiento con todo lo que, incauto, amó, e invita a su amigo […] para que venga a contemplar el alto fin al que aspita, antes que el tiempo se acabe con el morir (33)».
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé: rompí los lazos;
ven y sabrás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Fabio es joven. Quiere medrar en el mundo de la Corte. El poeta, en cambio, es viejo y sabe que la ambición puede perder al hombre, que la vida es breve y es mejor cultivar el espíritu. Todos estos son motivos sobre los que han escrito muchos poetas. Podemos pararnos a pensar y seguramente encontremos que están presentes en nuestra sociedad. Ya no venimos a la Corte a pretender un cargo. Eso es de otro tiempo, pero sí que muchos logran su trabajo por «enchufe», por otra clase de influencias. Somos como el «heno, a la mañana verde, seco a la tarde». Y necesitamos romper los lazos con todo lo que nos envilece, para poder crecer como seres humanos.
Referencias
Alonso, Dámaso. La «Epístola moral a Fabio», de Andrés Fernández de Andrada. Gredos: Madrid. 1978.
Quevedo, Francisco de. El mundo por de dentro. En Los sueños. Madrid: Cátedra. 1995.
Sánchez, Juan A. Contribución al estudio de la Epístola moral a Fabio. Dicenda. Cuadernos de filología hispánica. Nº 13. 1995. 263-283.
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