Aquella fue una noche dura en la comisaría. Recuerdo que hice lo
imposible por retrasar aquel momento, nunca es fácil interrogar a
alguien, sobre todo sí quien te espera tras la puerta de la sala de
interrogatorios es un adolescente ensangrentado.
Al entrar me lo encontré con la mirada clavada en el techo, la boca un poco abierta, dándole aire de estúpido. Parecía no estar allí, no se dio cuenta de que entré y no me prestó atención hasta pasado un momento. El joven me miraba con una paciencia cómplice, como si los dos supiéramos de antemano qué iba a suceder y no hubiera razón para alargar más el resultado. Esperé a que dijera algo, pero como no lo hizo, fui yo el que hablé.
Al entrar me lo encontré con la mirada clavada en el techo, la boca un poco abierta, dándole aire de estúpido. Parecía no estar allí, no se dio cuenta de que entré y no me prestó atención hasta pasado un momento. El joven me miraba con una paciencia cómplice, como si los dos supiéramos de antemano qué iba a suceder y no hubiera razón para alargar más el resultado. Esperé a que dijera algo, pero como no lo hizo, fui yo el que hablé.
–
Sabes que digas lo que digas o te calles lo que te calles, no te vas a librar
de esta. Tenemos a tu primo como testigo. Lo único que nos falta es un móvil. –
Dije para probarle.
–
Tiene usted razón. Si le facilito el trabajo de esa manera, no me importa
responderle a lo que quiera preguntar. – Respondió con amabilidad.
Me
quedé helado, su tono era autoritario. No parecía un chico de 15 años. Sabía su
edad por la ficha de detención, pero aun así me costaba creerlo. Su físico
acompañaba esta sensación.
– Cuéntame entonces por que lo hiciste. —
“Bueno,
todo comenzó cuando él y yo éramos críos. Era invierno, una tarde de reyes. Nos
habían regalado unas bicis y estábamos aprendiendo a montar. Yo me caía todo el
rato, nunca he sido muy hábil. Él no paraba de reírse de mí, no le había
costado más que unos minutos aprender a mantener el equilibrio y daba vueltas
rodeando la casa. Yo di varias patadas a mi bici enfadado, me hice bastante
daño en el pie y me puse a llorar. Eso hizo que se riera aún más. Recuerdo
desear que se cayera él también y se hiciera daño de verdad, pensé incluso en
empujarle. Fue la primera vez que quise herirle, pero no hice nada. Desde ese
día, la idea no se me fue de la cabeza. Él siempre ha sido, o bueno, fue,
teniendo en cuenta las circunstancias, la clase de chico que destaca rápido. Obviamente fuimos a la misma escuela, sus
amigos eran los chicos más populares y me usaban constantemente para burlarse
de mí. En el colegio, durante el patio, yo me quedaba sentado en un banco
mirando el edificio de enfrente, sin hacer nada. Apenas hablaba con nadie. Una
profesora algo entrometida habló con mis padres y les sugirió que quizá
necesitara terapia. Como si eso fuera arreglar algo o como si hubiera algo que
arreglar. A mi me avergonzaba bastante el tema e hice lo imposible para que
nadie se enterase. Lo último que necesitaba era darles una razón más para que
se burlasen de mí. Por su puesto, él se entero. Era imposible que no lo
hiciera. Un día él y su grupo de amigotes se acercaron al banco donde solía
sentarme. Comenzaron a hablarme, como pretendiendo ser amables. Un rato
después, él me preguntó que había hecho la tarde anterior. Por su puesto, ya lo
sabía. Nunca he sido bueno mintiendo, puede que por eso también le esté
contando a usted la verdad ahora, y dije lo primero que me vino la cabeza. Le
respondí que había estado entrenando hockey en la nueva pista del barrio. Las
risas fueron tremendas. La mentira no solo fue mala, sino que fue
desafortunada, uno de sus amigos entrenaba con el equipo de hockey, y por
supuesto, nunca me había visto allí. Recuerdo perfectamente sus labios finos
tensándose, su risa aguda inundando el patio, las miradas de superioridad
salvaje de los demás. Lo que ocurrió en aquel momento era ya inevitable. Me
levanté y le golpeé con todas mis fuerzas en la cara. Se dio la vuelta para
protegerse, ofreciéndome la espalda, y como si tocara unos timbales de tamaño
humano, descargue mi puño con todas mis fuerzas, oyéndose un ruido grave y
profundo. ¿Cómo dice? No, a ellos nunca
les guarde rencor, y mucho menos les odie como a él. Solo tuvieron la culpa de
ser estúpidos, nada más. El odioso encanto con que ejercía influencia incluso
en los profesores, que siempre le apoyaron, era lo que de hecho odiaba. Esa fue
la primera vez que mi humillación gano a mi miedo y tuve valor para hacerle
daño. Los años fueron pasando y las burlas se hicieron constantes. Llegue a
darme cuenta de que le odiaba hasta tal punto que tenía que acabar con aquello
de alguna forma. Aquello me consumía, me
obsesionaba. Me ponía violento con la gente que me trataba con amabilidad, que
era poca en realidad, quedándome cada vez más solo.”
– ¿Y
lo de esta noche? ¿Qué ha ocurrido esta noche? — Con impaciencia.
“Esta
noche se me ha presentado la oportunidad perfecta. Fuimos mi primo, él y yo al
monte a acampar. A mis padres les
pareció perfecto que pasáramos algo de tiempos solos, pensaban que así quizá
nos llevaríamos mejor, así que prácticamente le obligaron a ir. Supongo que
ahora entenderá porque se sienten tan culpables de lo sucedido. Durante la
noche, mi primo y él empezaron a contar historias de miedo para hacerme pasar
un mal rato. Siempre he tenido fama de cobarde, no sin razón. Sin embargo, yo
me sentía con fuerzas para levantar un edificio con los brazos, era mi gran
oportunidad y no iba a dejar que nada me hiciera parecer un cobarde. Pasó el
tiempo y nos fuimos a dormir. Sé que él siempre se levanta por las noches al
baño, siempre es así en casa. Cuando salió de la tienda le seguí. Estaba de
espaldas a mí, apoyado en un árbol mirando al suelo mientras hacia lo propio de
la situación. Fue muy fácil. Solo tuve que acercarme despacio y hundir la hoja
del cuchillo en el cuello desnudo de mi hermano.”
Me
quedé mirando a aquel muchacho un rato más. No volvió a hablar. A mi mirada
solo respondió con una mueca que pretendía ser una sonrisa, sintiéndose
claramente satisfecho de sí mismo.
Imagen tomada de: es.123rf.com
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Es un interesante relato muy próximo a la historia de Abel y Caín. Me recordó "Abel Sánchez" de Unamuno, por el desarrollo que haces de la envidia. La víctima es un hombre envidiable, aunque desconsiderado; y el asesino un pobre hombre, que expulsa todo el veneno que tiene adentro con la confesión. El planteamiento engancha, la narración que hace el chico está bien y el desenlace es adecuado. Tal vez, resulta poco esperable el distanciamiento con que habla. Se podría pensar que es el habla de un psicópata, pero no acaba de estar muy claro si es así. En cualquier caso, se trata de un detalle de la personalización y el conjunto del cuento presenta muy bien el tema de la envidia.
ResponderEliminarRicardo, es llamativa la forma en la que está planteado el cuento. Cómo comienzas con la autoridad, con el recurso del recuerdo luego, al que añades el detalle retrospectivo, mas el tema del bullying. Me ha hecho vivir un poco más.
ResponderEliminarNo creo que en absoluto sea el protagonista desconsiderado, es más, lo veo plenamente justificado, quizá incluso (el primo) se mereciera algo peor que la muerte.
No creo que se trate de un psicópata y se ve muy claro que todo el rencor que acumuló durante años, no podía salir al exterior de otra manera.
Quizá algún tipo de intimidación por parte del policía o una muestra más de la indiferencia del asesino hubieran sido la guinda del pastel. Es decir, al ser el personaje que comienza el relato, le pides algo más así como una descripción algo más exhaustiva del interrogado, aunque no te niego que me gusta esa actitud de "lo que he hecho es lo que tenía que hacer".