Es
sencillo pensar en el límite al que un hombre puede ser sometido, en el impulso
que rige su instinto y lo encamina a desenlaces fatales, y asimismo en la
susceptibilidad del entorno. Modificar ciertos aspectos de la cotidianidad
puede desencadenar una inestabilidad mental de la cual recuperarse resulta
empresa irrealizable.
Pensemos por ejemplo en la costumbre de despertar entre los ruidos que suscita la mañana, esos que corresponden al movimiento de los mercados, el desplazamiento de los coches, la articulación de la lluvia mediante el viento, el rumor de los perros que pueblan los recodos, la violenta manifestación del invierno en la hojarasca o, en caso contrario, el gradual ascenso del verano a través de las flores que revientan. Ahora bien, sustituyamos lo anteriormente mencionado por un coro de megáfonos que nos recuerden la virtud del patriotismo, la lealtad a la causa, y el desprecio profundo por una individualidad que desemboca en el resquebrajamiento de la unidad social. Esto no significa un cambio inmediato en la conducta, pero supone ser una situación a la que, inevitablemente, la población debe adaptarse y esta adaptación es un elemento antinatural, por el mero hecho de que proviene de fuentes turbias, y es el inicio de una degradación paulatina que se ve reflejada en los esquemas mentales pues la comunidad ya no interactuará con su respectiva capacidad creativa, será entonces un conjunto enajenado propenso a influencia de otros individuos más poderosos.
Pensemos por ejemplo en la costumbre de despertar entre los ruidos que suscita la mañana, esos que corresponden al movimiento de los mercados, el desplazamiento de los coches, la articulación de la lluvia mediante el viento, el rumor de los perros que pueblan los recodos, la violenta manifestación del invierno en la hojarasca o, en caso contrario, el gradual ascenso del verano a través de las flores que revientan. Ahora bien, sustituyamos lo anteriormente mencionado por un coro de megáfonos que nos recuerden la virtud del patriotismo, la lealtad a la causa, y el desprecio profundo por una individualidad que desemboca en el resquebrajamiento de la unidad social. Esto no significa un cambio inmediato en la conducta, pero supone ser una situación a la que, inevitablemente, la población debe adaptarse y esta adaptación es un elemento antinatural, por el mero hecho de que proviene de fuentes turbias, y es el inicio de una degradación paulatina que se ve reflejada en los esquemas mentales pues la comunidad ya no interactuará con su respectiva capacidad creativa, será entonces un conjunto enajenado propenso a influencia de otros individuos más poderosos.
Comprendida ya mi postura frente a la fragilidad del hombre doy inicio
al relato que constituye un vínculo con aquello que he mencionado.
Distrito
de Vlad, en el corazón de una Rumania ficticia. Lentamente la tarde ensombrece
los jardines y se pronuncia en las ramas hasta hacerla ceder en su extravagante
cortejo, es vibrante y espiritual, es una reflexión de indescifrable armonía
que convoca a un aquelarre. Tafur encabeza el cuerpo de investigación de una
multinacional farmacéutica especializada en el progreso de la psiquiatría. Disponen de los equipos necesarios y una sensación
de entusiasmo complejiza dimitir del proyecto. Los sujetos han sido inscritos
de manera voluntaria y existe la normatividad necesaria para desvincular cada
etapa del proceso de la ilegalidad.
Por supuesto, el noble gobierno comprende la importancia de este estudio y no
opone resistencia alguna a las peticiones de la multinacional, cuyo nombre
parece corresponder al seudónimo del magnate y escritor Franz Deventhal, de
quien se conocen vínculos con diversas organizaciones de dudosa actividad. En
una de sus últimas publicaciones, Deventhal afirma que el individuo es un bien
de la comunidad y por lo tanto su implementación como objeto de estudio en
laboriosos análisis no debe ser una práctica fuera del marco legal de las
instituciones.
Dentro
de la gran edificación gótica los seis sujetos
son conducidos a recámaras distintas
por un delegado de la organización. En cada una de las recámaras desarrolla un proceso específico acorde con el perfil del sujeto. Lo intrigante es que todas
comparten una misma característica, un revólver con una única carga sobre el
velador y sumado a esto las múltiples cámaras.
No
habían finalizado siquiera las primeras prácticas cuando uno de los sujetos
previendo lo que se avecinaba solicitó ser expulsado. Desconcertado por la
serena reacción de los científicos, fue llevado a una recámara contigua a la
salida donde debía aguardar por el taxi. Hubo un momento de inquietante duda.
En todo caso el resto se mantuvo en su decisión por continuar. Los cinco
permanecieron en sus respectivas habitaciones con la mirada fija en el vacío a
la espera del aviso. El tiempo transcurría con modestia y en algún momento
alguien vio las luces de su habitación encenderse y apagarse constantemente con
tal violencia que fue inducido a un estado cataléptico. De inmediato una de las
puertas que comunicaba con el pasillo principal se abrió en el instante preciso
en que las demás eran entornadas gradualmente. Los hombres vieron el cuerpo a
la silla atado y, reteniendo el temor en los párpados contraídos, dando un paso
atrás sin el menor remordimiento, se internaron nuevamente en sus brecámaras.
Un sistema de bujías y
pistones inmovilizó en un sonoro estruendo las perillas, y cuando intentaron
abrir una segunda vez las puertas comprendieron cuan inútil sería volverlo a
intentar. Ahora eran cuatro y los científicos enviaron al delegado en busca del
cuerpo paralizado mientras el buen Tafur consignaba en la base de datos la
primera reacción de los sujetos frente a la impotencia que encarnaban, es
decir: Principio de Autoridad.
Ya entrada la noche se encendieron los televisores en las habitaciones. En
estos se proyectaban numerosas imágenes instantáneamente. Claro está que cada
proyección era distinta, por ejemplo en la de Cuevas, el estudiante de antropología,
una sucesión de tonalidades blancas y negras avanzaba vertiginosa creando un
efecto de euforia que culminaba en la automutilación. En otros casos eran
simples reproducciones de paisajes que, sin saberlo, provocaban un aislamiento
del individuo y anulaban su capacidad de relación con el entorno. Y así la segunda etapa del experimento era
destinada al exhaustivo análisis que Tafur realizaba.
Considero
necesario aclarar ahora la verdadera naturaleza
del experimento. La multinacional
farmacéutica Franz Deventhal ha patentado durante las últimas décadas
medicamentos de vanguardia cuyo avance en la psiquiatría la ha situado en la
cumbre de la bolsa de valores. Su crecimiento (que raya en lo grotesco)
facilita sus relaciones con las economías firmes que constituyen esa segunda
trama tan desconocida para muchos en el consumo desmesurado del capital. Mas no
es mi intención ingresar en este panorama, sino poner en relieve la crueldad
con que desenvuelven su influencia. Franz Deventhal estimula el canibalismo espiritual, término que refiere a la degeneración
paulatina del pensamiento colectivo. De ahí el nacimiento de la globalización,
la pérdida de la identidad cultural, el desarrollo desmesurado de la
tecnología, la publicidad, la compra y venta de lo innecesario, la pobreza
absoluta y la marginalidad. Y aquí debo detenerme puesto que reingreso a un
terreno inseguro del cual, quizá, no podría levantarme.
Bueno,
ya hemos hablado lo suficiente de los estímulos visuales del experimento, y hay
que tener en cuenta que los dos sujetos restantes se hallaban en la mitad del proceso. Trasladados a la misma recámara
en la que al inicio del día el desertor aguardaba, contemplaron en medio del
asombro y del espanto que ese hombre pendía colgado cabeza abajo y una serie de
instrumentos quirúrgicos se encontraban dispuestos en una larga mesa. La
propuesta era explícita y uno de ellos inició la labor. Es claro que aquí el
tacto, la audición, la vista, el olfato e inclusive el gusto confluían. Y las
salpicaduras, y el ritmo, la destreza del metal en el vientre tibio, el inicio
de Cuadros de una exposición de Mussorgsky sustentando de belleza el lúgubre
acto, el rostro impávido de los científicos, y el movimiento principal que se
incrustaba en la garganta del ahora difunto, arrojaron los datos que sugerían
una respuesta.
Ya
la última fase consistía en la reincorporación del individuo a la cotidianidad
y su tratamiento mediante el fármaco que pronto circularía con el pretexto de
una mejora para los enfermos y
desconociendo en su totalidad el trágico final y el curso de los hechos.
Imagen tomada de: ralphmag.org
Imagen tomada de: ralphmag.org
Muy interesante, Santiago. Merece mucho la pena la reflexió sobre las manipulaciones a las que nos vemos sometidos, que resuena a "1984", a "Un mundo feliz" y a cuentos de terror. Asimismo, generas una gran tensión en torno a los entresijos de lo que se lleva a cabo en el psiquiátrico. Muy misterioso.
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