Nuestra piel está
rozándose. Aunque tengo ganas de incorporarme de un salto, mantengo mi postura
agazapada. Al fin y al cabo, no sé hasta qué punto nos pertenecemos el uno al
otro.
Mi
respiración pesada acaba por acompasarse a la suya, que, como la de un
cervatillo, ha sido bastante agitada hasta ahora. Parece calmarse desde la
cavernosidad más ignota de su ser.
Ahora que
nuestra presencia es acostumbrada, me atrevo, aún con respeto, a pasear la
vista por la semipenumbra, sin esperar encontrar nada, sin el deseo de volver a
casa.
La criatura
se estremece bajo mi ser y, cosa extraña, siento que no soy yo –con mi tamaño-
quien podría eliminar cualquier amenaza, sino que sería su indecisión la que
nos salvaría.
Es el
contacto de nuestras pieles lo que me hace sentirme diferente, como de otro
mundo, como si nunca me hubiera guardado la más mínima lealtad.
Llego a
pensar por un momento si no matará abriendo los poros de su epidermis; de este
veneno el primer efecto la pérdida de la razón. Termino por olvidar. Olvidar
para qué he venido. Qué soy.
Le empujo por
este lado por si hace algún ruido, pues ¡alguna defensa habrá de tener el
bicho! Siento que si no hago cualquier movimiento ¡el que sea! mutaremos a un
solo individuo.
¿Quién no ha luchado por la in-dependencia? ¿Quién
no ha in-sultado sus derechos? ¿Quién nunca quiso entregarse para siempre para
luego replegarse en sí mismo, con tantas dobleces como el mantel con más
encajes del mundo?
¿Cómo vas a encontrar así el alma? ¿En un trozo de
tela inmaculada?
Solo, no se
es libre y siendo uno con un compañero, en la grandeza de espíritu, de ideas,
¿crece de veras uno mismo? El aislamiento es la mejor opción, sin duda.
Simbiosis en
que mi cuello culebrea alrededor de esta superviviente. No la he buscado. Pero
ella me necesita. Se ha dormido, su cabeza –de forma extraña –cuelga sobre un
cuello de una longitud ridícula, en el caso de que decidiéramos llamarlo
cuello.
La porosidad de mi piel rugosa sirve de campo
perfecto para la plisada de ella.
Así, con ella en mis brazos, me siento grandioso por
vez primera.
Lleno de
pánico, compruebo que nuestras pieles se han hecho siamesas de la noche al día.
De pronto hay mucha luz. Me habré adormecido mirando cosas que hacen ruido. De
pronto, la superficie sobre la que estábamos asentados, se quiebra. Caemos.
Me desperezo con su presencia colgando de mi nuca.
Me sacudo. Doy un grito de bienvenida.
Pero entonces
recuerdo que los míos no están cerca. Estoy en un sitio desconocido. Recuerdo
de forma precaria los ojillos de la criatura abriéndose desmesuradamente, su
piel quebradiza y en el mismo momento, siento deslizarse por mi espalda –desde
la zona de mi nuca donde alguien ya me podría haber puesto orejas –un líquido
de una viscosidad con las propiedades del ácido.
Me llamáis
diplodocus, aunque haya querido ser otro. Mi hibernación suele durar unos años.
Por eso la vieja señora García ha muerto amada y estrangulada por mí. Por eso
tengo tanta hambre.
Imagen tomada de: luzisombra.blogspot.com
Imagen tomada de: luzisombra.blogspot.com
He disfrutado mucho con tu cuento. Es muy interesante cómo detallas las emociones y pensamientos que transcurren en el encuentro entre el dinosaurio y la persona. Tiene un fondo de reflexión muy interesante cuando el narrador plantea los riesgos de estar cerca de otro, cómo es un peligro para la propia identidad. Por último, me sorprendió el enfoque. Lo leí pensando que era un tipo de historia, pero el final rompió mi esquema. Muy bueno.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu cuento Elisa. Aunque esta vez la sra. García no despertó.
ResponderEliminarHay un par de aspectos que se pueden discutir. Al menos en mi caso, cuando pienso en un dinosaurio, me imagino a un terrible animal, primitivo. En el relato, el dinosaurio tiene una conciencia muy fina, de un ser supersensible. Puede plantearse, puesto que el dinosaurio pertenece a "otro universo", pero, es posible que fuera bueno dar alguna indicación que explique la conciencia del dinosaurio. Está muy logrado el discurso del narrador, con el otro personaje dormido junto a él. Un desarrollo perfecto y, tal vez, un final un poco apresurado. Quedan abiertas algunas preguntas. Si llevaba tanto tiempo hibernando el dinosaurio, ¿cómo llegó el otro personaje hasta él?, ¿no le dio miedo? ¿Cómo sabe el dinosaurio el nombre de ese personaje? Todo esto se puede debatir, pero el cuento está muy bien.
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